La idea de que el desarrollo durante la vida conlleva cierto grado de sufrimiento que puede afectarnos negativamente es bastante intuitiva, y mucha gente llega a esta conclusión por sentido común. Sin la necesidad de etiquetarlo como una patología, todos los conflictos y problemas por los que hemos sufrido dejan una huella en algún lugar de nuestra mente que marcará cómo seremos de adultos. A estas huellas, que desde lo más hondo del inconsciente nos afectan en el presente, las conocemos como “heridas de la vida”.
De esta manera, en el presente artículo abordaremos las 6 heridas de la vida que nos afectan de adultos en la forma en la que vivimos y nos relacionamos con los demás, según la perspectiva del psicodrama.
LAS HERIDAS CARENCIALES
En esta categoría se incluyen las heridas relacionadas con la carencia y la pasividad. Desde una óptica evolutiva, los sentimientos más básicos que todo infante necesita cubrir están relacionados con la seguridad, el afecto y la valoración. Pero, ¿qué ocurre si los brazos de quien mece la cuna no le aportan al niño sentimientos de cariño, valor y seguridad? Solamente la figura del adulto puede atender las necesidades emocionales del bebé, de lo contrario se pueden producir estas heridas carenciales:
1. La carencia de seguridad: La inseguridad impide la adopción de conductas de exploración. Un niño inseguro que no explore no será capaz de distinguir entre las amenazas reales de aquellas que sólo existen en su imaginación, y jamás descubrirá que la realidad no es tan amenazante. Esta inseguridad ontológica, hará que su desarrollo esté marcado por el miedo, todo pasa a ser una amenaza en potencia, por lo que como mecanismo defensivo se activará “el aislamiento”. Sin embargo, ese aislamiento que protege de manera inicial, con el tiempo daña.
2. La escasez de afecto: El ser humano tiene la necesidad de sentirse querido. Gestos como la acogida, una caricia, el sosiego de un abrazo o la calidez de un beso, nos hace sentirnos amados. Si esta necesidad no se colma a tiempo, el sufrimiento pronto dará paso a la tristeza y la pena. La melancolía, marcará la identidad y guiará a la clínica; donde encontraremos una persona con miedo a fracasar, necesitada de la aprobación de los demás, con un patrón de devaluación personal y con una baja autoestima.
3. La falta de reconocimiento: Como señalaba el psicoanalista austriaco Heinz Kohut, sentirse valorado es una necesidad que consiste en poder reconocernos en el brillo de la mirada del otro cuando nos mira. La falta de valoración continuada durante la infancia puede abrir una herida narcisista, donde la persona tenderá a buscar dentro de sí el reconocimiento que el mundo exterior no le proporciona. En este sentido, las relaciones interpersonales estarán marcadas por el desprecio por los demás y éste será el patrón más frecuente de interacción.
LAS HERIDAS OPRESIVAS
Dentro de esta categoría vamos a incluir aquellas heridas donde aparece el sufrimiento como resultado de la acción. En la infancia somos particularmente dependientes, por eso necesitamos de una figura que nos estimule para sacar lo mejor de nosotros, nos proteja y nos enseñe, lo que implica en algún momento poner limitaciones a nuestro comportamiento. Pero, ¿qué ocurre cuando la exigencia se convierte en hiperexigencia, la protección en hiperprotección y la limitación en represión?
4. La hiperexigencia: Seguramente que resulte de sentido común establecer una relación entre la hiperexigencia en la infancia y el futuro desarrollo de problemas psicológicos. Unos padres sobreexigentes pueden inculcar el constante temor a equivocarse en su hijo, aumentar sus niveles de preocupación y fomentar la rigidez psicológica. Con el tiempo aparecerán sentimientos de culpa, por su imperfección, y un mecanismo de defensa basado en el control para protegerse del fracaso. De adultos es más fácil que estas personas desarrollen diferentes trastornos psicológicos, especialmente de tipo ansioso.
5. La hiperprotección: Hay padres que no se dan cuenta de que el abrazo que envuelve, en ocasiones, incapacita. Cuando se protege a un niño en exceso el mundo se convierte en poco asequible, y sus capacidades para hacerle frente insuficientes. Aún más, el miedo pronto invita a la evitación, como mecanismo de defensa para relacionarse con su entorno. Estos niños dan el salto a la clínica cuando aparece una incapacidad manifiesta para vivir con autonomía, relacionándose incluso con el padecimiento de diversas alteraciones como el trastorno por ansiedad social.
6. La represión: La idea de que para educar correctamente a un menor lo más adecuado es poner límites a su comportamiento, es bastante correcta. El problema viene cuando la limitación se transforma en represión. Entonces, el niño comienza a tener la idea de que sus deseos son nocivos y de que debe reprimirlos para satisfacer los de otras personas. Pronto la prohibición acaba con el deseo de iniciativa y aparecen los sentimientos de culpa. Con el tiempo, estas personas se aplican en satisfacer sólo a los demás y desarrollan una personalidad dependiente.
Si te has sentido identificado/a en alguna de estas líneas y consideras que sufres de una herida emocional que te está dañando en el presente, es posible que sea conveniente recurrir al consejo de un psicólogo para intentar ponerle remedio y mejorar tu calidad de vida. Obviamente, por la naturaleza del problema, sabes que en unas pocas sesiones no te vas a curar, pero habrás iniciado un camino que te permitirá afrontar todo aquello que está limitando tu vida y afectando a tu bienestar.