La tristeza es una emoción primaria, innata o básica que poseemos todos los humanos desde que nacemos. Tiene que ver con una sensación de pérdida o de desilusión que permite una retirada hacia nosotros mismos.
¿Qué es la tristeza?
La tristeza es una emoción caracterizada por pesadumbre y una actitud melancólica que se manifiesta cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, generalmente asociadas a contrariedades, desilusiones, fracasos o pérdidas.
Del conjunto de emociones básicas propias del ser humano, es habitual considerar a la tristeza como una emoción negativa (aquellas que son muy intensas, se prolongan en el tiempo y originan sentimientos que emborronan la forma de ver la vida) porque no es una emoción agradable.
No obstante, y a pesar de su carácter perturbador y la negatividad con que es contemplada por la mayoría de las culturas, es posible detectar en la tristeza cierto potencial positivo si tenemos en cuenta que toda emoción tiene una razón de ser. De hecho, cualquier emoción cumple su función y nos ayuda a hacer los ajustes creativos necesarios al aportarnos información en nuestros procesos relacionales.
Dicho de otro modo, si sólo disfrutáramos de momentos agradables en nuestra existencia (sin pérdidas, sin desengaños, sin frustraciones…) difícilmente seríamos capaces de evolucionar para saber afrontar la adversidad. Vivir en una burbuja de confort sería una fatalidad que nos impediría acceder al equilibrio que solo se puede alcanzar experimentando el abanico completo del espectro emocional. Pongamos un ejemplo: si nunca hubiéramos sentido miedo, seríamos incapaces de desarrollar mecanismos para combatir la adversidad.
Sin embargo, pese a este planteamiento, es inherente a la condición humana no otorgar beneficio alguno a las emociones desagradables, y en nuestro fuero interno, todos somos propensos a considerar la rabia, el dolor, la envidia, la tristeza… como algo malo, sin duda influenciados porque nuestra sociedad tiende a identificar como negativo aquello que no genere beneficios inmediatos.
La tristeza como cualquier tipo de emoción es necesaria
Para alcanzar un desarrollo pleno, en nuestro bagaje de experiencias son necesarias tanto las emociones agradables como las desagradables, pues toda emoción tiene su propia razón de ser y sus consecuencias beneficiosas. En la medida que interioricemos esta convicción, disminuirá nuestro miedo a sentir y a explorar las emociones desagradables con la intensidad que lo requiera la situación a la que se manifiesten.
No obstante, aunque asumamos los beneficios que pueden aportar las emociones desagradables, no hay que incurrir en el error de otorgarles carta blanca para abusar de ellas.
La actitud más beneficiosa de nuestra mente ante emociones como la tristeza, consiste en no ignorarlas, estar abiertos a escucharlas, a reconocerlas como lo que son y aceptarlas en vez de negarlas, encapsularlas o reprimirlas como tantas veces sucede.
Para obtener beneficio de estas emociones es necesario aprender a no ejercer control sobre ellas sino todo lo contrario. Es decir, hay que mirarlas de frente y perderles el miedo.
¿Qué tiene de bueno la tristeza?
Es beneficioso y conveniente permitirnos sentir la tristeza, aunque viviéndola como una experiencia identificada por nuestra conciencia como algo transitorio y no permanente.
Es también es favorable no negarla ni reprimirla. Hay que saber aceptarla dándonos cuenta de cómo nos sentimos y darle forma o sentido.
“No podemos elegir sentir tristeza, lo que si que podemos elegir es la de darle forma a lo que sentimos”
Clotilde Sarrió
Ser conscientes de la tristeza es fundamental para vivirla menos traumáticamente, y permitir que en su transcurso dispongamos de tiempo para recuperarnos del evento que desencadenó el malestar.
Pretender ignorar el episodio desencadenante de la tristeza para evitar sufrir, acaba siempre por pasar factura y hacer que se termine afrontando la situación en prevención de secuelas permanentes. Es por ello que actitudes del tipo «lo he olvidado, lo tengo superado, no voy a ponerme triste porque no lo merece…» no son más que una negación y un remiendo para nada resolutivo.
¿Cuándo se convierte en un problema la tristeza?
- La tristeza se convierte en problema cuando la actitud ante ella es inadecuada y no saludable, sobre todo porque se sobrevaloren las propias posibilidades («yo soy fuerte, podré con esto…»).
- También cuando se minimiza o se niega el problema tendiendo a encapsularlo.
- Cuando se permite que la tristeza se instale en el área afectiva como un inquilino molesto sin hacer ningún esfuerzo por darle sentido, y permitiendo que se transforme en un modus vivendi o una actitud vitalicia ante la vida
- Cuando quien se siente triste no toma consciencia de la situación y es incapaz de pedir ayuda, apoyo y afecto.
¿Cómo aceptar la tristeza?
Ser conscientes de la tristeza y no rechazarla ayuda a considerar las emociones como unos afectos vividos con intensidad que, si conseguimos gestionarlos, duran sólo el tiempo que los alimentemos con nuestros pensamientos.
Hay que considerar que la emoción es previa al pensamiento, y será ésta quien nos haga sentir bien o mal si podemos identificarla y darle sentido.
En cierto modo, en función de cómo podamos identificar la emoción y lo que nos sucede, (agradable o desagradablemente, con alarma o con cautela, racional o irracionalmente) llegaremos a sentir un tipo u otro de sentimientos.
En última instancia, siempre seremos nosotros los responsables de lo que sucede con nuestras emociones y nuestros pensamientos, al menos mucho más responsables de lo que comúnmente se considera al culpabilizar a los demás de nuestro estado anímico.
Procede hacerse unas sencillas preguntas:
- ¿Te pones tú triste o son los demás quienes te entristecen?
- ¿Te alegran los demás o eres tú quien se alegra?
Sentirse responsable de la propia tristeza —de los propios sentimientos— no debe crear desazón ya que lleva también implícito nuestro poder para dejar de estar tristes.
Conclusiones
Las emociones son necesarias en la medida que nos transmiten información de nuestros sentimientos ante cualquier estímulo al que estemos expuestos.
- Cada emoción tiene su sentido y cumple una función. Todo dependerá de cómo gestionemos cada una de ellas. Por ejemplo, la tristeza abocada a su extremo más negativo puede alterar el estado de ánimo e incluso provocar una depresión. Sin embargo, en su aspecto más positivo, la tristeza puede ayudar a aceptar la realidad, aceptar el propio sufrimiento e integrarlo como una experiencia vital fuente de aprendizaje.
- Ni se puede ni se debe intentar huir de la tristeza. Debemos aceptarla como algo que permanece anclado en nuestro interior y que se manifestará cuando una determinada experiencia la saque a flote.
- Rechazar o huir de la emoción de tristeza puede hacernos enfermar. Por ello, mas que luchar contra ellas, será mejor aceptarlas, convivir con ella del mejor modo posible, aprender a gestionarla, sacarle partido y contemplarla como un inquilino que debe quedarse el mínimo tiempo con nosotros, el justo para aportarnos información y proporcionarnos el aprendizaje que beneficie a nuestro crecimiento personal, teniendo la certeza de que tarde o temprano nos deberemos despedir de ella.
Es pues muy importante aprender a aceptar nuestras emociones, —incluidas las llamadas “negativas” como la tristeza— y asumir que siempre estarán ahí con mayor o menor intensidad, motivo por el que nuestra estrategia no debe ser combatirlas para que desaparezcan, sino aprender a convivir con ellas.
Aceptar que vamos a sentir nuestras emociones ante determinadas circunstancias es el primer paso para gestionarlas adecuadamente. La tristeza —como todas las emociones— tiene su ciclo, un inicio y un final, y durará menos cuanto menos la alimentemos.