La muerte es parte del ciclo de la vida. Los seres vivos somos perecederos, e igual que de repente aparecemos sobre el planeta, un día dejaremos de existir. La teoría la conocemos todos, nos parece de lo más natural hasta que nos toca experimentarla. Ninguno de nosotros estamos preparados para afrontar la muerte de un ser querido. El hecho de que no lo volvamos a ver, escuchar u oler el aroma de su piel, hace que nos revelemos e intentemos no afrontar su muerte, o buscar la manera de seguir en contacto con la persona desaparecida. Necesitamos un tiempo para entender, de forma razonada, qué ha sucedido y las consecuencias a afrontar. Debemos pasar el duelo.
El duelo y sus etapas
El duelo es el proceso por el que tenemos que pasar cuando muere uno de nuestros seres queridos. Algunos especialistas comparan este proceso con un terremoto, que nos sacude violentamente por dentro. Después se calma todo, y sufrimos nuevas sacudidas cada vez más leves, hasta alcanzar una cierta estabilidad.
¿Qué síntomas sufrimos durante el duelo?
Obviamente cada persona es un mundo. En algunos pueden intensificarse más los síntomas físicos, y en otros los emocionales. Depende de muchos factores.
Los principales síntomas emocionales suelen ser:
- Anestesia emocional
- Sensación de culpa
- Shock
- Rabia y tristeza
- Irritabilidad
- Sentimiento de soledad
- Ansiedad
- Deseos constantes de llorar
Los síntomas físicos pueden ser:
- Problemas para tragar o articular
- Despersonalización
- Debilidad muscular y falta de energía
- Problemas para dormir
- Opresión en el pecho
Estos serían los que más se repiten entre las personas que sufren el proceso del duelo. Además de estos síntomas, pueden producirse diversos tipos de conductas como el abandono de las relaciones sociales, o un estado de distracción patente. Son muchos los que también comentan, la cantidad de veces que suelen soñar con el fallecido. En unos casos produce un dolor más agudizado y en otros alivio. Acaparar objetos pertenecientes al difunto también suele ser muy común, o visitar lugares con algún tipo de significado especial. Ambas cosas son una manera de revivir momentos de retener un poco más a nuestro lado a quién ya no está. Sin embargo, otras personas hacen justo lo contrario, alejarse de lugares, objetos o situaciones que les recuerden al fallecido, para evitar sentir un mayor dolor.
La según la psiquiatra suiza-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, las etapas del duelo serían cinco:
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La negación
Lo primero que deseamos es que sea una pesadilla, no nos está ocurriendo a nosotros, no queremos que sea real. Necesitamos tiempo para digerir el trágico suceso, y seguir avanzando. En algunos casos esta etapa se prolonga más de lo habitual, lo que provoca en el afectado una serie de problemas físicos de tipo estomacal o hipertensión.
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La ira
Una vez que no se puede negar el hecho, viene el enfado. Se suele sentir ira hacia nosotros mismos, el fallecido, familiares, e incluso personas desconocidas. Es necesario que exista una gran comprensión por parte de quienes que le rodean. Permita desahogarse al doliente, y no estaría de más que le aconsejara realizar actividades físicas, de relajación, e incluso escribir una carta a la persona desaparecida para canalizar de la mejor forma toda la rabia.
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La negociación
Suele ser la etapa más breve, y se puede producir incluso antes de la muerte del ser amado, en el caso que se vea afectado por una enfermedad mortal. Intentamos ganar tiempo, haciendo pactos con Dios para que el enfermo permanezca con nosotros el mayor tiempo posible, o surja un milagro. Tras la muerte, durante esta etapa, lo que hacemos es volver continuamente al pasado, pensando que podríamos haber salvado a nuestro ser querido si hubiésemos actuado de otra manera. Para superar esta etapa es importante no encerrarse en sí mismo, y realizar actividades que mantenga nuestra mente ocupada, alejada de los pensamientos hipotéticos que solo frenan nuestro avance.
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La depresión, tristeza
En esta etapa se empieza a comprender que nunca más veremos a nuestro ser querido. Nos asusta el futuro sin ella, y nos preocupa afrontar el día a día. Levantarnos de la cama se convierte en una proeza, el dolor se agudiza, y la impotencia ante lo sucedido nos invade. No hemos podemos hacer nada para cambiar la realidad, y eso nos irrita. Es posible que durmamos más de lo necesario, bien por puro cansancio o para pensar lo menos posible. Llegar a esta etapa es signo de que vamos por buen camino en el proceso del duelo. Es necesario enfrentarse al dolor para superarlo.
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La aceptación
Llegamos aquí cuando hacemos las paces con nosotros mismos y la persona fallecida. Aceptamos la nueva realidad, e intentamos adaptarnos a ella lo mejor posible, conviviendo con la pérdida y dejando de pensar en la persona ausente con culpa o rencor, nuestra relación con ella cambia. Se empieza a retomar la rutina, y comprender, que la muerte es parte de la vida.
El proceso del duelo suele durar entre seis meses y un par de años. Depende de muchos factores, como los recursos emocionales del doliente, y su capacidad de adaptación a las nuevas situaciones. Se vive de diferente manera si la muerte era o no esperada, o si se trata de un padre o un hijo. Para los progenitores la muerte del hijo es más traumática, no están preparados para que desaparezca antes que ellos, lo que conlleva un peso mayor a la hora de afrontar la pérdida y el proceso. Por otro lado, la red de apoyos es fundamental. Recibir ayuda del entorno es importante para que el doliente se sienta protegido y comprendido. Y lo que es muy importante, si usted tiene un familiar o amigo viviendo el proceso, ayúdele pero no le fuerce a superarlo. Acompáñele en el camino, y trátele como le gustaría que le tratasen a usted.