Una sociedad tan competitiva como la nuestra, que despliega tal cantidad de ofertas, también esconde tras de sí una enormidad de posibilidades de frustración.
Hoy, cuando los valores imperantes parecen basarse en el dinero, la posesión, el poder, etcétera, surge como consecuencia el afán de resarcimiento de las adversidades, los accidentes, los imprevistos de resultado negativo.
Pero la realidad es que tampoco existe tantas veces esa hipotética instancia que vaya a arreglar los desperfectos, los destrozos o las consecuencias que a veces produce la vida en su discurrir… En tesitura no es difícil que las personas caigan en la perplejidad, que luego se hace desánimo, ante la frustración; por eso es frecuente que la tristeza ocupe los días de tantas personas.
Pero muchas veces no se trata más que de la tristeza normal, del sentimiento negativo de estar sólo o desposeído o maltratado o insatisfecho consigo mismo o con lo que le rodea. No siempre es una verdadera depresión.
La depresión autentica se caracteriza por la pérdida de las ganas de vivir, la incapacidad para actuar y la desesperanza en el futuro. Lo que distingue la tristeza normal de la depresión patológica se podría enumerar en algunos puntos entre los que pueden encontrarse:
- Sentimientos generalizados de abatimiento, desesperanza, apatía y desinterés.
- Baja autoestima, con sensaciones de culpa, de minusvalía o de fracaso.
- Tendencia al aislamiento del entorno, con la sensación de ser rechazado.
- Inhibición y huida de los problemas, incluso de los más nimios de la vida cotidiana.
- Rechazo de las actividades y preferencias.
- Alteraciones –generalmente por disminución o ausencia- del sueño, del apetito y del deseo sexual.
- Dificultad para controlar los sentimientos negativos, las tendencias a la irritabilidad o la ira.
- Ideas de muerte e incluso de suicidio.