Contraindicaciones, limitaciones y malos entendidos.
Hay ocasiones en que la conducta asertiva puede resultar objetivamente contraindicada y/o socialmente
inconveniente. En cada caso, el balance costo /beneficio y los intereses personales marcarán la pauta a seguir.
Ser asertivo implica una toma de decisión en la que el sujeto debe sopesar los pros y los contras, y resolver si se
justifica o no, actuar asertivamente (ver la “Guía para organizar y pensar la conducta asertiva”, propuesta en el
epílogo)
Este proceso de valoración es similar a cualquier estrategia de resolución de problemas o de afrontamiento, pero
también implica una dimensión ética, es decir, una actuación racional guiada por la convicción personal de que
estoy haciendo lo correcto.
Un estudiante de trece años prefirió denunciar por acoso sexual a uno de sus profesores, antes que guardar
silencio, aún a sabiendas de que su lugar en el colegio corría peligro. Luego de una detallada investigación, el
rector expidió una resolución por medio de la cual se retiraba al alumno del colegio por carecer de “espíritu
conciliador y religioso”. La determinación no tomó por sorpresa al joven y a sus padres quienes estaban
preparados para las posibles consecuencias: habían asumido los riesgos y estaban listos para enfrentarlos.
Por desgracia, los acontecimientos cotidianos no siempre permiten un espacio de reflexión, en el que de manera
consciente y premeditada podamos anticiparnos a los hechos y desplegar estrategias rápidas y eficientes de
respuesta. De todas maneras, cuando una persona incorpora la conducta asertiva a su repertorio y la ensaya
suficientemente, la capacidad de defenderse se automatiza y ya no hay que “pensar tanto” antes de actuar. Nos
volvemos más ágiles y sueltos a la hora de responder.
La habilidad de discriminación, de saber dónde y cuándo es recomendable ser asertivo, forma parte de todos los
protocolos de habilidades sociales. Por ejemplo, decirle al presidente de la empresa en la que uno trabaja que
tiene mal aliento, no solamente es imprudente sino estúpido. Nadie tiene un principio “moral” que diga: “Ninguno
de mis semejantes deberá tener mal aliento”, por lo tanto es negociable. Los fanatismos son siempre
perjudiciales, aunque estén disfrazados de asertividad.
De manera general, podemos señalar tres tipos de situaciones en las que no es recomendable ser asertivo.
Cuando la integridad física puede verse afectada
En medios sociales, altamente violentos, en los que la vida ha dejado de ser un valor, es necesario reservar la
asertividad sólo para momentos relevantes y específicos, cuando la integridad física no corra riesgos. Nadie con
uso de razón se le ocurriría ser asertivo con alguien que le está apuntando con un arma: “Señor, quiero sentar
una enérgica protesta por su conducta delictiva y que atenta contra mis derechos como ciudadano”.
Volvemos otra vez al balance y a las consideraciones sobre lo que es vital para el individuo y lo que no vale la
pena. Existen casos en que el afectado decide que el riesgo es justificable por motivos ideológicos, religiosos o
de otro tipo, y acepta ser asertivo, a pesar del costo.
Cuando se puede lastimar innecesariamente a una persona
Si la asertividad puede lastimar a otra persona de manera innecesaria, la decisión debe revisarse. Las personas
que derraman sinceridad ácida por los cuatro costados son insoportables: “No me gustan tus zapatos”, “No me
gusta como hablas”, “Me aterran tus chistes”, “No comas así”, “Tienes caspa”, “Estás gorda”, en fin, el rosario de
los que padecen de quisquillosidad crónica. La insensibilidad por el dolor ajeno no se compadece con la defensa
de los derechos. Una paciente se ufanaba de haber sido asertiva con su empleada del servicio porque le había
dicho que el vestido que ésta había comprado con esfuerzo y ahorro sostenido era horripilante.
La vida está llena de mentiras piadosas, bellas, tiernas y humanistas. Fromm sostenía que la pregunta sobre si
el hombre es lobo o cordero, bueno o malo en esencia, carecía de sentido o estaba mal formulada, porque el
problema no era de sustancia, sino de contradicción interna; una contradicción inherente al hombre que lo
empuja a buscar soluciones. En sus palabras:
Si la esencia del hombre no es el bien ni el mal, el amor o el odio, sino una contradicción que exige la búsqueda
de soluciones nuevas, entonces el hombre puede realmente resolver su dilema, ya de un modo regresivo o de
un modo progresivo.
Es decir, podemos elegir, no estamos determinados biológicamente para asesinar ni hacer la guerra, no hay una
tendencia que nos lleve inexorablemente a eliminar al otro, no al menos en el hombre que posee la capacidad
de conocerse a sí mismo. Puedo elegir si voy a lastimar o no, soy responsable de mis actos, y ésa es la posición
progresiva: dejar que las fuerzas humanas que viven en cada uno puedan desarrollarse.
Sastre, sostenía que creamos nuestra esencia en la medida que existimos. En realidad, todo asertivo es un
existencialista en potencia, una persona “condenada a ser libre” y a ser dueño de sus propias acciones. Los
psicólogos llamamos a esta percepción de control punto de control interno (“Yo soy el último juez de mi
conducta”, “Yo organizo mi destino”, “Yo tengo el control de mi vida”), que en última instancia no es otra cosa
que la puesta en práctica de la filosofía sartreana de libertad responsable. La sinceridad puede ser la más cruel
de las virtudes, cuando se la priva de excepciones. En la segunda parte, profundizaré estos aspectos.