¿Qué significa ser asertivo? Ni sumisión ni agresión: Asertividad.
DECIMOS QUE UNA persona es asertiva cuando es capaz de ejercer y/o defender sus derechos personales,
como por ejemplo, decir “no”, expresar desacuerdos, dar una opinión contraria y/o expresar sentimientos
negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin manipular ni violar los derechos de los demás, como
hace el agresivo.
Entre el extremo nocivo de los que piensan que el fin justifica los medios y la queja plañidera de los que son
incapaces de manifestar sus sentimientos y pensamientos, está la opción de la asertividad: una forma de
moderación enfática, similar al camino del medio que promulgaron Buda y Aristóteles, en el que se integra
constructivamente la tenacidad de quienes pretenden alcanzar sus metas con la disposición a respetar y
autorrespetarse. Veamos algunos ejemplos.
Un caso de sumisión
Mauricio es psicólogo clínico y tiene serios problemas con el manejo de sus pacientes. Muchos de ellos no
vienen a las citas, llegan tarde o simplemente no pagan. Su secretaria colabora bastante en el caos
administrativo ya que es bastante desordenada y poco eficiente. Mauricio teme el rechazo de la gente y en
especial quedar mal con sus pacientes. Las deudas son enormes, y aún queriendo hacer algo al respecto, no
hace nada. No sólo está inmovilizado, sino que, inexplicablemente, se muestra “comprensivo” con los clientes
deudores. En su interior hay un volcán próximo a estallar, hay violencia acumulada. Es probable que el algún
momento de ira, algunos de sus pacientes salgan psicológicamente lastimados. El comportamiento de Mauricio
puede considerarse como no asertivo (sumiso).
Las personas no asertivas piensan, sienten y actúan de una manera particularmente débil a la hora de ejercer o
defender sus derechos. Los pensamientos típicos que las caracterizan pueden resumirse así:
“Los derechos de los demás son más importantes que los míos”.
“No debo herir los sentimientos de los demás ni ofenderlos, aunque yo tenga razón y me perjudique”.
“Si expreso mis opiniones seré criticado o rechazado”.
“No sé qué decir ni cómo decirlo. No soy hábil para expresar mis emociones”.
Como veremos más adelante, los individuos sumisos suelen mostrar miedo y ansiedad, rabia contenida, culpa
real o anticipada, sentimientos de minusvalía y depresión. La conducta externa es opacada, poco expresiva, con
bloqueos frecuentes, repleta de circunloquios, postergaciones y rodeos de todo tipo. Incluso pueden actuar de
una manera diametralmente opuesta a sus convicciones e intereses con tal de no contrariar a los otros. Su
comportamiento hace que la gente aprovechada no los respete.
Es importante destacar que la mayoría de las personas tiene algo de inasertivo. No es necesario cumplir cada
uno de los criterios técnicos señalados o estar en el extremo del servilismo para que la dignidad esté fallando.
Un caso de agresividad
Lina es una médica famosa por su antipatía. No sólo regaña a las angustiadas mamás por sus “ilógicas”
preocupaciones frente a la salud de sus hijos, sino que incluso amonesta a los pequeños que van a su
consultorio. Sonríe poco, es seca, habla fuerte y su tono de voz es áspero. Cuando está discutiendo con alguien,
abre los ojos de manera amenazante, manotea, pierde fácilmente el control y no mide sus palabras. Los colegas
reconocen que es una buena profesional, pero le temen a sus reacciones agresivas. Ella piensa que los más
fuertes deben imponerse a los más débiles y que la gente torpe merece ser castigada. Su premisa es
demoledora: “Yo soy más importante que tú: lo que piensas y sientas, no me interesa”.
Lina es una mujer agresiva, acaba de cumplir cuarenta y dos años, está casada y tiene tres hijos varones. La
creencia que rige su comportamiento es que sus derechos son más importantes que los derechos de otras
personas. Su comportamiento infunde temor, pero no respeto.
Un caso de asertividad
Marta ha sido víctima de una suegra entrometida durante más de cuatro años. Su marido es el menor de ocho
hermanos, el único varón y el consentido de su madre. Cuando supo que se iba a casar, la señora lloró semanas
enteras y odió profundamente a su futura nuera. No obstante, con el correr del tiempo aprendió a soportarla
como a un mal necesario. Después de que se casaron, la suegra de Marta comenzó a vigilar de cerca los
intereses de su hijo y a dirigir personalmente los quehaceres de la casa, las comidas, el arreglo de la ropa, la
decoración, las vacaciones, en fin, casi todo tenía que ver con ella.
Marta decidió pedir ayuda profesional, y luego de unas semanas entendió que si quería mantener su matrimonio
a salvo, debía ser asertiva con su madre política. Pese a los arrebatos de ira, las pataletas y las quejas de la
indignada señora, Marta fue capaz de expresar sus sentimientos sin ser agresiva ni sumisa, sino asertiva.
En una de las tantas intromisiones, Marta le expresó lo siguiente, en tono firme, pero cortés: “Mire, voy a decirle
algo que está molestándome desde hace tiempo y quizá por miedo o respeto he evitado decirle. Entiendo que
sus intenciones son buenas y lo que usted quiere en realidad es cuidar y proteger a su hijo. Mi casa es su casa y
tiene las puertas abiertas, yo la aprecio y siempre será bienvenida, pero quiero que tenga presente que algunos
de sus comportamientos me incomodan porque me siento invadida en mi espacio y mi privacidad. Mi marido y
yo necesitamos más intimidad y tomar nuestras propias decisiones. Le aseguro que nunca voy a lastimar a su
hijo intencionalmente, confíe en mí”.
La señora reaccionó como lo hace cualquier persona no acostumbrada a la asertividad: se sintió profundamente
ofendida y se alejó indignada. Sólo al cabo de unos meses aceptó ser más discreta y no meterse tanto en la
relación de su hijo.
Marta actuó asertivamente. Y aunque posiblemente no lo dijo a la perfección, ya que se puso roja y tartamudeó
un poco, logró su cometido: poner a la suegra en el lugar que le correspondía, lejos de su hogar. No fue sumisa
porque peleó contra el miedo y dijo lo que pensaba, es decir, defendió su derecho a la intimidad. No fue agresiva
porque no insultó a su suegra, no le faltó el respeto e incluso hizo énfasis en que la quería. Marta fue digna,
pese al costo y a la manipulación familiar.
Un caso de asertividad en el que la meta es sentar un precedente
Aunque Marta logró modificar la conducta de su oponente, la asertividad no siempre alcanza este objetivo. Hay
ocasiones en que es imposible producir un cambio en el entorno. En tales casos el comportamiento asertivo se
dirige a la emoción y no al problema, es decir, a regulara el estado emocional mediante la expresión honesta de
lo que nos está haciendo sentir mal. En muchas circunstancias expiar, decir, manifestar, sacar la vieja
información y “derramar” lo que nos mortifica puede ser tan sano y recomendable como modificar el ambiente
externo.
Los datos disponibles en psicología de la salud son contundentes al demostrar que la expresión del sentimiento
de insatisfacción o de ira es beneficiosa, tanto para la autoestima como para el organismo. La conducta asertiva
no necesariamente debe generar un cambio en los demás, aunque a veces lo logra. Hay que tener en cuenta
que la expresión de la propia emoción es importante en sí misma.
Recuerdo el caso de una joven preadolescente, a quien la mamá, luego de haberle dado permiso para ir al cine,
se retractó y dijo que no podía ir. La muchacha, que tenía una cita “amorosa” de carácter impostergable, no
demoró en pedir explicaciones por el cambio de parecer de su madre. Después de un intercambio prolongado de
opiniones y requerimientos de parte y parte, la conclusión maternal fue categórica: “¡No, porque no, y punto!”.
Ante semejante posición y viendo la imposibilidad de asistir a su cita, la joven se retiró indignada a su cuarto. Al
cabo de unos minutos, regresó con una carta que acababa de escribir y la leyó en voz alta. Ésta decía:
“Mira, mamá, yo soy menor de edad y tú tienes el control pero eso no significa que todo lo que tú digas esté
bien, porque después de todo, aunque no lo creas, eres humana y puedes equivocarte. No acepto un: “¡No,
porque no, y punto!”. Y a pesar de que no vaya al cine, quiero que sepas que no estoy de acuerdo con la manera
impositiva en que haces las cosas. Quiero dejar constancia de la injusticia que se está cometiendo conmigo en
esta casa. Y también quiero dejar en claro, que aunque tengas el derecho a cambiar de opinión, yo tengo el
derecho a que se me den explicaciones razonables y a discrepar. Dialogar es mejor que imponer. Me quedo sin
salir, pero no me gusta lo que ocurrió”.
Cuando terminó su discurso, le entregó una copia de la misiva a su madre, una al papá y otra al hermano menor
que apenas sabía leer. Después agregó: “Ya me siento mejor”, y se retiró a sus “aposentos” con cara de misión
cumplida. La señora, desconcertada y sin saber qué hacer, decidió pedir ayuda. Cuando llegó a mi consultorio
expresó así su motivo de consulta: “Quiero que vea a mi hija, doctor… Se me está yendo de las manos, está
cada vez más grosera y maleducada… No sé qué voy a hacer…”. Ambas fueron mis pacientes.
Repito: Dejar constancia de la divergencia y expresar un sentimiento de inconformidad, aunque no genere un
cambio inmediato en el ambiente, es un procedimiento que fortalece la autoestima y evita la acumulación de
basura en la memoria.
Es mejor decirlo “aquí y ahora”, que tratar de sacarlo después cuando el problema ya echó raíces en el disco
duro.