Miguel Ángel Pla
Psicoterapeuta – Coach personal y ejecutivo
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La depresión supone perder la alegría de vivir. Si la persona no puede experimentar placer en ningún ámbito vital, si todos los aspectos de su vida se resienten, si ha perdido el interés y la capacidad de goce de forma absoluta en cada actividad que emprende, podemos hablar de depresión.
La depresión implica una gran comorbilidad; es decir es la puerta de entrada a otras enfermedades, tanto de salud mental como físicas. Las personas con depresión tienen más riesgo de muerte; entre otros factores porque hay una probabilidad de suicidio del 8% en personas con depresión.
La depresión no es sentirse triste; no es estar con el ánimo decaído. Quedarse sin empleo, la pérdida de un ser querido, un fracaso amoroso o cualquier otra circunstancia vital adversa pueden provocar reacciones emocionales negativas, como tristeza, abatimiento o preocupación, pero no se trata de una depresión.
La depresión no depende de la debilidad personal, la fragilidad de carácter o la falta de voluntad. Es una enfermedad equiparable a otras patologías crónicas, como la diabetes, en la que no interviene la fortaleza personal.
La depresión no aparece por desencadenantes externos como la crisis, el desempleo o dificultades personales, ni es propia del estilo de vida actual, donde prima el estrés y la ansiedad. Hay veces en que estos acontecimientos pueden influir en que aparezca, pero en muchos otros casos no hay ningún desencadenante claro.
La depresión está relacionada directamente con disfunciones químicas. Hay una causa orgánica de origen. Así, los trastornos en la regulación de la 5-HT (serotonina ) y la NA (noradrenalina) en el cerebro se asocian muy estrechamente a la depresión. Se trata de neurotransmisores que están alterados y que provocan el estado depresivo. A pesar de ello, la depresión sigue estando estigmatizada, a diferencia de otras enfermedades graves.
La genética tiene cierto peso en la depresión, pero no es determinante. Así, es cierto que el riesgo de padecer una depresión aumenta si uno de los padres ha sufrido una depresión, y se incrementa mucho más si ambos padres, los abuelos o un hermano la ha tenido. No obstante, para que la depresión acabe presentándose no basta con este factor genético, sino que es necesario haber pasado por una serie de acontecimientos vitales estresantes que son los que marcarían la evolución de esos genes.