Miguel Ángel Pla // Psicoterapeuta – Coach personal y ejecutivo // direccion@miguelpla.com // Teléfono: (81) 43 00 25
Las relaciones codependientes (apego afectivo) son relaciones adictivas que se alejan mucho del amor. La persona dependiente se diluye en la otra perdiendo de vista sus ideas, valores, proyectos, y, en definitiva, su individualidad.
No debemos confundir el amor con la dependencia afectiva. Es esto precisamente lo que ocurre en muchas relaciones de pareja, amistad, etc. El miedo a la pérdida, al abandono y a muchos otros aspectos hacen nacer relaciones amorosas adictivas e, incluso me atrevería a decir, enfermizas.
En principio no hay nada de malo en amar a una persona hasta el punto de que se haría cualquier cosa por ella mientras que ese “hacer cualquier cosa por ella” no afecte de ninguna manera ni a la identidad de cada uno, ni a los principios, ni a las metas ni a lo que es cada uno esencialmente.
Elt apego, a diferencia del amor, se define como la inclinación, dependencia, afición o adicción hacia algo o alguien. Por ello, el apego (que forma relaciones codependientes) es una causa de sufrimiento porque esclaviza a las personas impidiéndoles ver la realidad; desde ese punto de vista, no hay apegos grandes o pequeños ya que todos son igualmente negativos. El apego es un sentimiento de pertenencia, posesividad, miedo e interés. Es el amor enfermo hacia la otra persona la que provoca la pérdida del norte de la propia vida a causa de estar pendiente del otro. Cuando sentimos apego respiramos el mismo aire de esa persona, queremos controlar lo que hace, dice y piensa, casi quisiéramos meternos en su propia piel para entender todo sobre la otra persona. Así, nos convertimos en un apéndice de la otra persona, perdiendo nuestra propia valía e independencia personal.
No es inusual tener a nuestro alrededor a muchas personas que viven enfrascadas en relaciones afectivas enfermizas de las cuales no quieren o no pueden escapar. De manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo. Y es que la persona que está apegada a otra, nunca está preparada para la pérdida, porque no concibe la vida sin su fuente de seguridad (“sin él/ella me muero”).
Como lo menciona la autora Chiquinquirá Blandón en su libro Manual para Desenamorarse, “en las relaciones de codependencia la persona da más de sí mismo al otro, dedicando todo su tiempo y energía para mantener los estados de exaltación en su relación, trata cada día de consumir más dosis para ser feliz, entrando en el círculo vicioso del adicto, con sentimientos de exaltación cuando se está bajo los efectos del embriagante y bajos cuando el embriagante se retira”.
Los codependientes son “adictos afectivos, los cuales dependen de otros para vivir, buscan gratificación en los otros como los adictos a la droga”. Son individuos que sienten un gran temor al abandono, necesitan aferrarse a otros incluso cuando la compañía les cause dolor. Por otro lado, el compañero del codependiente, estimula y propicia las conductas adictivas porque las necesita para afirmarse a él mismo. Este tipo de conductas las ejecutan las personas incluso sin darse cuenta, pues han sido conductas adquiridas a lo largo de su vida. Pero llega el momento en que uno de los dos empieza a romper este patrón, inicia el alejamiento y produce la crisis, lo que los lleva a cuestionarse, buscar ayuda y descubrir los patrones adictivos.
Como seres humanos que somos, es importante entender que las relaciones sanas son relaciones en las que la persona asume la responsabilidad de su propia vida y de sus acciones y acepta que en la relación se van a experimentar momentos felices pero a la vez sufrimiento, y que la felicidad no está en el otro, sino que depende de cada uno de nosotros, en definitiva, son relaciones en las cuales no hay temor sino libertad e independencia.
Si alguien se encuentra en una situación de apego afectivo sería importante que buscara ayuda. Lo primero es reconocer que no existe una relación perfecta y mágica. Entender que dejar de depender no significa ser frío o indiferente, ni dejar las emociones de lado. Es aprender a vivir un amor que no esclaviza, es amar sin miedos, sin angustias y es tomar conciencia de que la persona amada es importante pero no es lo único que se tiene en la vida. Evidentemente, no se pueden controlar las vidas ajenas, sólo la propia. Para ello, hay que conocerse a uno mismo, aprender a decidir lo que se desea, lo que agrada y a tener actividades propias, ya que la pareja no es lo único que nos rodea.
El hecho de que desees mucho a tu pareja y que sientas cosquillas en la barriga cada vez que la ves, no significa que sufras de apego. El placer de amar y ser amado es para disfrutarlo, sentirlo y saborearlo. Pero si sientes un vacío incontrolable cada vez que te despides de tu pareja, si el bienestar recibido de tu ser amado se vuelve indispensable para seguir viviendo o la urgencia por verle no te deja en paz y tu mente se desgasta pensando en él, posiblemente puedas considerarte “dependiente del amor”.
Debemos recordar que el deseo mueve al mundo y la dependencia lo frena. El objetivo no es reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de desprenderse cuando haya que hacerlo. El “sentimiento de amor” es una variable importante al tener una pareja, pero no es la única. Una buena relación de pareja también debe fundamentarse en el respeto, la comunicación sincera, el deseo, los gustos, los valores, el humor, la sensibilidad y la amistad, entre otras.
El amor es energía, es sentimiento. El dinero no puede comprarlo. El contacto sexual no lo garantiza. No tiene absolutamente nada que ver con el mundo físico pero, a pesar de ello, puede expresarse. El amor es la demostración de cariño, afecto, pasión y admiración por el ser amado pero debe concebirse de una manera controlada, con sentido de lo propio y lo ajeno, con una distancia afectiva entre lo que es la propia persona y la pareja. Esta concepción nos armoniza al estar juntos y nos permite ser independientes y mantener el control de nuestra vida personal, ideas y proyectos.
Así pues, debemos saber que querer algo con todas las fuerzas no es malo, convertirlo en imprescindible, sí. El buscarse a uno mismo, el quererse y el aceptarse son las bases para establecer relaciones sanas y realistas con los demás. El poder de una pareja, aunque suene a tópico, no lo tiene el que tenga más dinero, ni el más fuerte, ni el más inteligente, sino el que necesita menos al otro. Lo importante de una relación de pareja no es quién lleva las riendas sino cómo se llevan.
Recordemos que el ser independiente no implica desamor. Cuando alguien es independiente lo que está cultivando es un amor razonable, un amor pensado, un amor inteligente. La idea no es dejar de ser apasionado sino vivir la pasión de tal forma que no se entre en una “locura temporal” en la cual uno deja de ser él mismo para mimetizarse en el otro.