Miguel Ángel Pla
Psicoterapeuta – Coach personal y ejecutivo
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Vivimos enredados entre lo que nos gustaría hacer y lo que deberíamos. Dos sistemas de procesamiento aparentemente irreconciliables pugnan por imponerse: uno es prepotente, directo y emocional; el otro, solapado, astuto y racional. Emoción vs. Razón.
Admiramos mucho más a la persona que logra contener sus emociones hasta estreñirse, que a aquellas que suelta un grito de felicidad en una biblioteca pública porque encontró el poema perdido. Privilegiamos demasiado lo mental, a expensas de lo natural.
Querer enterrar todas las emociones no sólo es una tarea imposible, sino peligrosa para la salud. Cuando el poderoso super yo comienza a frenar más de la cuenta los impulsos sanos y naturales que pugnan por salir, se produce un desequilibrio mente-cuerpo.
En estos casos el organismo, además de aburrirse como una ostra, desaprovecha recursos energéticos, pierde motivación y decae en su capacidad comunicativa.
El desconocimiento de los propios estados emocionales acorta la vida y predispone a todo tipo de enfermedades. La emoción es la manera en que Dios nos recuerda que estamos vivos.
Si conseguimos integrarla adecuadamente a nuestra vida lograremos una mayor coherencia entre lo que hacemos, pensamos y sentimos, y un sentido de vida más vital.
Como no estamos acostumbrados a hacer contacto con nuestras emociones, hemos creado una dislexia emocional, un alfabetismo respecto de su gramática básica. Nos da miedo acercarnos a las emociones, porque cuando se activan demasiado perdemos el control.
Nuestro sistema atencional es claramente externalista, estamos más fuera que dentro. La confianza en uno mismo se ha trasladado a los amuletos, los astros, el cambio de gobierno, los ángeles o el destino.
Aunque todas las emociones nos enseñan, no todas son buenas y aceptables. Hay sentimientos autodestructivos y altamente peligrosos que deben manejarse con cuidado o eliminarlos para siempre. Otros, como los amigos de verdad, nos ayudan en las buenas y en las malas, fortalecen el yo y nos engrandecen. Establecer esta diferenciación es fundamental antes de actuar.