El “yo” y los “otros”
CUANDO ESTAMOS FRENTE a otro ser humano, nuestra atención se concentra en dos aspectos: lo que yo
hago y lo que el otro hace. Evaluación y autoevaluación, mirar y mirarse, observar y autoobservarse, dos
procesos inseparables que definen toda relación social.
Un paciente tímido, con problemas de autoestima, me decía que nunca coincidían ambas evaluaciones: “Hay
días en que me siento bien conmigo mismo, me siento más grande, más importante, mi ego se infla… Pero casi
siempre ocurre algo negativo en mi entorno social y me tira al suelo: una crítica, un comentario mordaz sobre mi
figura o mi manera de ser, alguien que no me saluda, en fin, siempre pasa alguna cosa… Y en otras ocasiones,
me levanto con un yo lastimoso, me siento como una cucaracha, me da vergüenza lo que soy… Y ese día, justo
ese día, llegan los refuerzos, los halagos, los buenos comentarios. La verdad es que estoy harto, ¿cómo hago
para que el mundo coincida conmigo?”.
Hay una sola respuesta posible al interrogante de mi atribulado paciente: Mantenga el “yo” arriba todo el tiempo,
independientemente de lo que el medio haga o diga, y sólo enconces coincidirán ambas visiones.
Yo y otros, otros y yo, autopercepción y percepción: la doble faz de nuestra mente tratando de identificarse a sí
misma. Una identidad móvil que nunca se completa, que jamás se acopla totalmente, pero que puede
mantenerse tan alto como queramos.
De estas dos operaciones mentales surge el modo en que nos relacionamos con la gente. Si nos sentimos
seguros con nosotros mismos (evaluación del “yo”), y percibimos a las personas significativas que nos rodean
como amigables y no amenazadoras (evaluación de los “otros”), nos sentiremos cómodos, espontáneos,
tranquilos frente a los demás: el miedo a la evaluación negativa será mínimo o nulo.
Pero si salimos mal parados en cualquiera de las dos evaluaciones, el equilibrio se altera, el temor se convierte
en un problema y es probable que la fobia social o el trastorno de ansiedad social haga su aparición. Nos
sentimos rechazados, tensos e incapaces de actuar con libertad.
La prevalencia a la fobia social (es decir, la frecuencia con que la enfermedad aparece en un grupo o región
determinada), fluctúa entre el 3 y el 13 por ciento. Es decir, en una población de dos millones de habitantes,
¡habrá alrededor de 200.000 personas con problemas de ansiedad social! Una verdadera urbe de individuos
angustiados, incapaces de resolver su dilema fundamental: quiero y necesito a la gente, pero me asusta lo que
ellos puedan pensar de mí. Si me alejo, me deprimo, y si me acerco, el miedo me inmoviliza.
Como puede deducirse, si una persona teme hacer el ridículo, verse tonta o actuar inapropiadamente, la
asertividad se convierte en el peor de sus enemigos, porque la expresión de sentimientos la desnudaría, la
mostraría tal cual es y sacaría a la luz su vulnerabilidad; ya no podría esconderse y escapar al escarnio público,
real o imaginado. La mayoría de las personas socialmente ansiosas muestran una marcada ambivalencia ante la
posibilidad de ser asertivos: les gusta la idea, pero no les agrada exponerse.
Cabe recordar que los ansiosos sociales son expertos camaleones, genios del disfraz y de las máscaras. Una
paciente experta en pasar desapercibida, me decía: “¿Cómo se le ocurre proponerme eso de la asertividad?
¡Parecería que no ha entendido mi caso! ¡Si me muestro como soy, me van a ver como soy! ¡Dios mío, qué
vergüenza! No me complique la vida aún más… Vea, yo quiero ser menos ansiosa con la gente, pero sin darme
a conocer, estando oculta, ¿me entiende?… Tanta honestidad y espontaneidad me pone los pelos de punta…
No, no, definitivamente nada de asertividad… ¿No hay alguna forma de hipocresía saludable o deshonestidad
positiva que me pueda servir?”.
El rostro ajeno nos define y nos reglamenta en algún sentido. La mirada del otro es el origen de la evaluación
interpersonal y, probablemente, como decía el psicoanalista Ericsson, el inicio de una emoción tanto o más
perturbadora que la culpa, una emoción más demoledora y antigua, difícil de erradicar, casi arquetípica: la
vergüenza.
Para muchos autores, el miedo a la evaluación negativa o a proyectar una mala imagen social está íntimamente
ligada a la vergüenza, tanto, que algunos la consideran una “emoción social”, pariente cercana a la culpa.
En los siguientes apartados veremos cómo la ansiedad social puede interferir en el comportamiento asertivo y
bloquearlo. Aunque el miedo interpersonal puede manifestarse de muchas maneras, señalaré los factores más
relevantes:
La vergüenza de sí mismo.
El miedo a dar una mala impresión y la necesidad de aprobación.
El miedo a sentirse ansioso y a comportarse de manera inapropiada.
El miedo a las figuras de autoridad