Para las personas que no se aprecian a sí mismas, el fracaso vale el doble y el triunfo no vale. (Nardone, 2009).
El término “autoestima” es cada vez más común entre las personas. Los padres, al referirse a sus hijos, muchas veces afirman que no tienen autoestima o que la tienen muy baja, y consideran que a eso se deben los problemas relacionales, actitudinales, de comportamiento y hasta académicos que pueden presentar sus hijos (niños o adolescentes).
Los psicólogos también emplean mucho el término autoestima como recurso para identificar qué es lo que debe trabajarse con un paciente. Y las personas también se definen a sí mismas como personas con baja autoestima o con problemas de autoestima.
En general, en conversaciones informales entre amigos y colegas, entre padres y profesores, entre jóvenes y adultos, el término autoestima aparece con mucha frecuencia para referirse al problema que significa no tenerla o tenerla muy baja. Pero, ¿qué significa la ‘autoestima’?
El diccionario VOX de la lengua española (1994) define la estima como el cariño o afecto hacia una persona o cosa. Eso permite pensar que la auto-estima es el afecto o cariño de una persona hacia sí misma. Pero en ese caso no es solo el afecto o el cariño, es también la seguridad que tienen las personas en sí mismas, en sus capacidades, la confianza que tienen cuando deben enfrentar un reto académico, laboral o deportivo; cuando van a entablar relaciones nuevas con desconocidos, o cuando surgen dificultades en relaciones ya establecidas con los amigos, con la pareja o con la familia.
El nivel de autoestima se revela también en el nivel de seguridad y confianza que siente una persona cuando tiene que resolver un problema de cualquier tipo y, aún sabiendo de antemano que existe el riesgo de que el resultado no sea el mejor, siente la fortaleza para hacerle frente al ‘fracaso’ y para seguir enfrentando los nuevos retos que se le vayan presentando en el futuro.
La autoestima se compone de muchos elementos y es inevitablemente vulnerable. Situaciones como perder un trabajo, que la pareja tome la decisión de terminar la relación o que ella misma vea que debe terminarla porque sabe que no es sana pero no logra hacerlo, tratar de hacer una dieta y no poder mantenerla, trabajarle a un proyecto a pesar de ver que los resultados no podrán ser los que se esperan, aplicar a un trabajo y ser rechazado varias veces, entre muchas otras dificultades de la vida diaria, son situaciones que empiezan a minar la autoestima de una persona. Y es normal, porque a nadie le gusta “fracasar”, o sentir que no pudo cumplir una meta que se había propuesto.
Es comprensible que en situaciones como estas una persona llegue a desconfiar de sí misma o de sus capacidades y que se sienta insegura al momento de empezar un nuevo proyecto, otra relación, o cualquier otra situación que de nuevo, la ponga a prueba. Pero son justamente esas situaciones de supuesto “fracaso” las que ofrecen las mejores oportunidades para trabajar en el fortalecimiento de la autoestima.
Ante un ‘fracaso’ existen siempre al menos dos opciones: la primera es llorar y lamentarse por lo ocurrido, ‘darse palo’ y hacer afirmaciones del tipo: ‘es típico que esto me pase a mí’, ‘es que yo nunca soy capaz de hacer las cosas bien’, ‘yo nunca puedo’, entre otras. Es la mejor forma de minar la propia autoestima hasta perderla.
La segunda es permitirse el sufrimiento y la tristeza que inevitablemente se sienten cuando se enfrentan situaciones como las descritas, aceptar lo que ya fue inevitable, y empezar a observar lo que ocurrió, cómo fue que se llegó a la situación y cuáles fueron los aspectos contextuales que pudieron afectar dicha situación. Pero sobre todo en qué forma la persona misma contribuyó para haber llegado a una situación de ‘fracaso’.
Porque es en ese preciso momento que puede convertir dicha situación en una oportunidad de crecimiento, de aprendizaje, de cambio. “Fui muy soberbio con mi jefe desde el comienzo. Ahora que lo pienso fue más por mi propia inseguridad, por querer evitar que se pusiera en evidencia que yo no me las sabía todas. Y eso terminó jugando en mi contra porque si hubiera sido más humilde, menos arrogante, no habría perdido mi trabajo”.
Este hombre había perdido varios trabajos, lo que lo llevó a buscar ayuda. Quería comprender qué era lo que estaba “haciendo mal” para evitar repetir lo mismo en el futuro. Y aunque llegó preocupado, no llegó derrotado ni tampoco lamentándose o auto agrediéndose por lo que le había ocurrido.
Por el contrario, llegó motivado para trabajar en sí mismo y fortalecer lo que él denominó “mi autoestima”: “Creo que tengo problemas de autoestima cuando me enfrento a situaciones en las que no lo sé todo, porque en vez de reconocer que no me las sé todas, me vuelvo arrogante, soberbio. Y eso es lo que está haciendo que me sienta más inseguro y que además, me muestre como una persona insoportable”.
Para las personas que no se aprecian a sí mismas, el fracaso vale el doble y el triunfo no vale (Nardone, 2009). Tener “fracasos” o situaciones en las que los resultados no son los esperados y los mejores en la vida es inevitable, no sufrir por ellos es igualmente inevitable y también es inevitable que se afecte la autoestima. Es en esos momentos en los que se presentan dudas con respecto a sí mismo, a las propias capacidades, a la seguridad, y por eso mismo son las verdaderas oportunidades para trabajar en la autoestima, para ser capaz de reconocer que hay momentos en la vida de dudas, de tristeza, de inseguridad, pero como todo en la vida, son momentos que se pueden superar. Todo depende de la manera como cada persona los afronte porque, como bien decía Aldous Huxley, la realidad no es lo que le ocurre a una persona sino lo que la persona hace con lo que le ocurre.