Con relación al egoísmo, el individuo asertivo ejerce el derecho a decidir a quién va a ayudar y a quién no. Sin
caer en la indiferencia mezquina y generalizada, se reserva el derecho de admisión. No se siente obligado por
ley, sino que obra por convicción.
Mi experiencia clínica me ha enseñado que es muy poco probable que después de un buen entrenamiento
asertivo las personas desarrollen un patrón egoísta. Más bien, como ya dije en otra parte, ocurre lo contrario.
Por principio, la asertividad se aleja de la ambición desmedida, el acaparamiento y la codicia.
Según un reconocido diccionario, egoísmo se define como: “Inmoderado y excesivo amor que uno tiene por sí
mismo y que le hace atender desmedidamente a su propio interés”. Analicemos la definición con un poco más de
detalle.
Una persona que atiende desmedidamente a su propio interés, sufre de egocentrismo: “Soy el centro del
universo”. El individuo egocéntrico, inevitablemente, deja afuera a los demás, cosa que no ocurre con la
asertividad. La premisa que determina el comportamiento asertivo es: “Atiende a tu propio interés sin olvidarte
del interés ajeno”.
El inmoderado y excesivo amor que uno tiene por sí mismo hace referencia a la egolatría, lo que se conoce
como narcisismo o el culto al ego. El asertivo no dice: “Soy más que tú”, sino: “Soy, al menos, igual que tú”.
El autorrespeto no es incompatible con el respeto por nuestros semejantes. La cultura ha creado un estereotipo
negativo con respecto al autocuidado psicológico, por miedo a que la vanidad prospere. Ha inventado una
incompatibilidad inexistente entre el amor propio y el amor al prójimo, de tal forma que preocuparse demasiado
por uno mismo es casi un acto de mal gusto. Sin embargo, afortunadamente para la salud mental, parece que la
semilla de la autoestima está contenida incluso en los actos más altruistas. Les guste o no a los fanáticos del
autosacrificio: tengo que quererme, para querer.
Liliana era una jovencita de diecisiete años que siempre había complacido a sus padres, a sus hermanos y
amigas. Era considerada como una niña modelo, servicial y amable. La idea que Liliana tenía sobre las
relaciones humanas era que uno debía estar siempre dispuesto a ayudar a los demás y que esta ayuda debía
ser siempre incondicional. Consecuente con esta posición, se resistía sistemáticamente a decir “no”, porque
consideraba que negarse a un pedido sin justa causa, era un acto de egoísmo y desconsideración con las
necesidades ajenas. Obviamente, para ella nunca había justa causa. Liliana era víctima de una fobia curiosa,
muy común entre la gente inasertiva: tenía miedo a ser egoísta.
En la práctica, esta actitud la había llevado a soportar pacientemente los abusos de sus compañeras y en
especial de su mejor amiga, quien le pedía ropa prestada y no se la devolvía a tiempo, se quedaba con los
discos compactos o la dejaba plantada cada vez que podía. El colmo ocurrió cuando en una fiesta se besuqueó
con el novio de Liliana delante de todo el mundo (la disculpa fue que estaba con unos tragos de más). Pero
Liliana, pese a estar triste y dolida, defendía a su amiga y excusaba cada uno de sus comportamientos abusivos.
Aunque mostró un rechazo inicial al tema de la asertividad, la idea de balancear deberes y derechos le pareció
interesante.
Mi argumentación fue la siguiente: “Si tu amiga puede quedarse con tus cosas indebidamente, sin ningún tipo de
razón o justificación (espero que estemos de acuerdo en esto de “indebido”), quiere decir que ella tiene el
derecho a la expropiación y tú tienes el deber de dejarte explotar. Hay algo que no encaja, ¿verdad? Tu amiga
no tiene el derecho a mentirte, a engatusarte, a quedarse con tus pertenencias y a utilizarte, por lo tanto tienes el
derecho a defenderte y poner límites”.
Luego de meditar unos segundos en lo que yo había dicho, preguntó: ¿Y cómo sé que no voy a volverme
egoísta siendo asertiva?”.
Mi respuesta no tardó en llegar: “Yo creo que por más que lo intentes, no podrías caer en el egoísmo, no lo
lograrías porque no está en ti acaparar, aprovecharte, explotar o despreocuparte de los demás. No es tu
esencia. El miedo a ser egoísta te ha llevado al extremo de la sumisión. Pero si sólo piensas en dar, olvidándote
de que tú eres tan merecedora como dadora, vas a malcriar a la gente que quieres. Yo sé que hay personas en
el mundo que hacen de su vida una misión espiritual de entrega total, pero ése es un tipo de amor distinto al de
carne y hueso, al amor que practica la gente común y corriente, como tú o como yo. Me pregunto qué tanto
habrás contribuido con tu actitud permisiva a que tu amiga sea así. ¿No crees que de alguna manera has sido
víctima de tu propio invento? Analízalo racionalmente, piensa bien el asunto, decide por ti misma y no por el
miedo a ser “mala amiga”.
Liliana revisó concienzudamente su esquema de subyugación y entrega desmedida y con la ayuda adicional de
un sacerdote amigo comprendió que la defensa de los derechos no está reñida con el amor a los demás ni con
el cristianismo que ella profesa.
Siguiendo las premisas de la ética de la consideración, la asertividad bien entendida trata de equilibrar el yo
autónomo (independiente) con el yo considerado (interpersonal). La combinación de ambos me permite estar
comprometido con la red social – afectiva a la cual pertenezco y sostener al mismo tiempo un territorio de
reserva personal.
Laín Entralgo se refiere al momento coafectivo de la relación interpersonal, determinado por dos aspectos
afectivos fundamentales, sin los cuales no puede existir ninguna relación:
La compasión (padecer íntimamente con el otro sus vivencias penosas) y
La congratulación (gozar íntimamente con el otro las vivencias gozosas).
En conclusión: cuando los derechos asertivos se mantienen racionalmente atados a los deberes, y además
están teñidos de compasión y congratulación, es muy difícil excederse y ser egoísta.
Perdón vs. asertividad
La asertividad y el perdón pueden producir distintas variaciones. Puede haber personas sumisas y prudentes,
altamente rencorosas e incapaces de perdonar; o individuos muy agresivos que no guardan resentimiento. No
hay un patrón definido.
El punto central es que el asertivo, al no almacenar tantos sentimientos negativos, ya que los expresa oportuna y
adecuadamente, tiene menos material negativo que procesar, menos cierres que realizar y menos motivos para
sentir rencor.
El perdón es un regalo que se hace a los demás y a uno mismo con el fin de aliviar la carga del resentimiento o
de la culpa: es un descanso merecido para el corazón. Entonces vale la pregunta: ¿por qué el asertivo debería
perderse de semejante autorrefuerzo? Puedo expresarle a usted mi insatisfacción o hacerle un señalamiento
sobre alguna conducta suya que me haya molestado, puedo hacerlo sin juzgarlo ni agredirlo y, además, puedo
hacerlo sin rencor y con la profunda convicción de que si es necesario perdonar, haré el mayor de mis esfuerzos.
La conducta asertiva ayuda a fomentar una actitud antirencor en dos sentidos:
Disminuye la probabilidad de que los sentimientos negativos se depositen en la mente, es decir, los expulsa
antes de que se consoliden.
Si el material emocional nocivo ya está almacenado, acorta el tiempo de procesamiento en la memoria y logra
hacer un cierre más rápido y constructivo.