Solidaridad, reciprocidad, autonomía; ninguno estos tres valores tendría sentido si no existiera el respeto a los derechos del otro.
Expresiones como: «Me perteneces» o «Eres mía o mío» no son otra cosa que la sintomatología de una necesidad imperiosa de posesión que suele traducirse en emociones destructivas, como los celos, el rencor, la ansiedad o la depresión.
Aunque no siempre sea fácil lograrlo, el amor digno se ubica en un punto medio entre «ser totalmente para el otro» y «ser totalmente para sí». No es excluyente, sino asertivo, en tanto es capaz de discernir claramente el territorio de sus reivindicaciones y de marcar límites. El concepto del amor digno descansa sobre dos pilares que la cultura del amor incondicional ha desechado: el respeto y la defensa de los derechos humanos. La máxima que lo rige es tajante: «Si no eres capaz de amar y que te amen con dignidad, mejor no ames».
De la tolerancia al respeto ¿Hay que tolerarlo todo? Obvio que no. Al igual que cualquier principio de vida, la tolerancia tiene sus límites.
Karl Popper planteó en su momento la paradoja de la tolerancia: «Si somos absolutamente tolerantes, incluso con los intolerantes, y no defendemos la sociedad tolerante contra sus asaltos, los tolerantes serán aniquilados y junto con ellos la tolerancia». ¿Habría que tolerar la violación o los asesinatos? ¿Qué liaríamos si viéramos a un hombre golpeando a su pequeño hijo? ¿Debemos tolerar el abandono infantil, los genocidios, las estafas o el maltrato?
Hay amores intolerables y relaciones insoportables, a nadie le quepa duda.
Una persona tolerante es permisiva, paciente y no impositiva.
Sin embargo, estas virtudes llevadas al extremo pueden resultar peligrosas si no están acompañadas de amor propio y algo de sabiduría. Si alguien dijera: «Yo tolero a mi pareja», en vez de decir: «Yo amo a mi pareja», no daríamos un peso por esa relación. «Tolerar», según el Diccionario de sinónimos de Aguilar, también quiere decir: «soportar, aguantar, sufrir, resistir, sobrellevar, cargar con, transigir, ceder, condescender, compadecerse, conformarse, permitir, tragar saliva y sacrificarse. Un» vínculo afectivo que se ubicara en este contexto semántico parecería más una reunión de masoquistas anónimos que una relación amorosa.
Soportar con indulgencia las agresiones no es sinónimo de amor.
Pero la palabra tolerancia también tiene una acepción más positiva y no tan referida al sacrificio, como es: «Disposición a admitir en los demás una manera de ser, de obrar o de pensar distinta a la propia». Es decir, la tolerancia como un valor que promulga el pluralismo entre las personas, en tanto acepta que éstas tienen derecho a expresarse con libertad de culto y opiniones. ¿Tu relación de pareja se rige por el pluralismo? De todas maneras, si consideramos que la libertad del otro es un derecho, esta libertad no tendría que ser tolerada sino respetada. El respeto modula el amor, pone una distancia cognitiva útil y conveniente entre los enamorados y permite pensar sobre lo que piensa el otro, para no maltratar ni ser maltratado. Por eso, para que la tolerancia no viole los derechos ajenos debe ser limitada: si la persona que amas es peligrosa para tu integridad física o psicológica, la tolerancia está contraindicada.
Así como nos indignamos frente a la injusticia ajena, también tenemos la responsabilidad de indignarnos cuando nuestros derechos personales se vulneran.
No debemos tolerar los abusos, vengan de donde vengan y así estén patrocinados por el amor. Para el abuso no hay disculpas.
Recuerda: de la tolerancia a la estupidez sólo hay un paso, y es la ingenuidad.
No quiero tolerarte (¡Dios me libre!), lo que quiero es amarte en la convivencia, en los acuerdos y en los desacuerdos. No quiero tolerarte, sino amarte y respetar tu esencia.
W.R.