Miguel Ángel Pla
Psicoterapeuta – Coach personal y ejecutivo
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La amistad de pareja implica sentirse compinche del otro, tal como ocurre con los buenos amigos. Lo primero que debes preguntarte es qué tan compañera o compañero te sientes de tu pareja y no me refiero a ser LA AMIGA o EL AMIGO con mayúscula, es decir, el mejor o el único (eso ya sería un poco asfixiante), sino a que si realmente puedes contar a tu pareja entre tus mejores amigos.
¿Te alegras cuando estás con él o ella? ¿Te hace falta? ¿La pasan bien juntos? ¿Se ríen? ¿Tienen de qué hablar? Si la respuesta a estos interrogantes es afirmativa, hay buen clima.
Recuerda que la alegría potencia el ser y la tristeza lo hunde. En algunas parejas el fastidio o la molestia es obvia. «¡Estoy feliz porque mi marido se fue a un viaje de trabajo!», me dijo en cierta ocasión una amiga. Le pregunté con curiosidad por qué estaba tan feliz y me contestó que cuando él se iba, volvía a ser ella: «¡Me siento libre!», me dijo en un suspiro.
Era evidente que algo andaba mal. Los alejamientos moderados son buenos, pero si saltas de alegría por su ausencia y la diversión comienza en el preciso momento en que tu pareja se va, no estamos ante un amigo o una amiga de corazón, es probable que se trate más de un estorbo o de un mal necesario.
Hay parejas que confunden la «alegría de que existas» con la «resignación de que existas». Se aguantan, se critican, se aburren: la «alergia» de que existas, el hastío de que andes rondando mi vida, la carga de tenerte. Los amigos, por definición, son livianos.
Una manera adecuada para saber si hay una buena amistad es comparar la relación de pareja con la de algún buen amigo o amiga. Buscar similitudes y diferencias, pero sobre todo cómo te sientes en un caso y otro. Compara emociones: ¿sientes alegría cuando estás con tu pareja o te invade el tedio? Es verdad que no se puede sentir alegría todo el tiempo, eso nos llevaría otra vez a la manía, pero en general ¿es satisfactorio? ¿Te complaces con su compañía?
Si no es así, la cuestión necesita nuevos aires. Hay que revisar qué no está funcionando. De hecho es muy difícil ser amigo de alguien que nos hiere o nos rechaza. Sin embargo, a veces el problema es de simple convivencia o de aburrimiento. No hay vuelta de hoja, debe haber alegría. No es negociable el desgano o el fastidio. No es aceptable que te moleste su presencia. Un paciente me describía así los encuentros con su esposa: «Veda me genera malestar. El ochenta por ciento del tiempo estamos en controversia. Ella se queja de que salgo con mis amigos, pero es que con ellos no hay peleas. Lo único que hacemos es pasada bien… Con ellos me relajo, ella me genera estrés». En la amistad alegre, la proporción se invierte: el ochenta por ciento del tiempo la pasas bien y el veinte por ciento discutes, amigablemente. La amistad de pareja se basa en algo más que deseos y compasión.
Yo diría que es una mezcla de gusto y humor. Los amigos se ríen y están del mismo lado en lo fundamental, ésa es la razón por la cual disfrutan estar juntos.
¿Ya indagaste en tu sentir? ¿Qué encontraste?